Elevado al infinito

A veces es difícil darse a conocer. Pero de repente llega un día en que abrimos esa parte de nosotros que nadie conoce. Y eso produce cierto nerviosismo, miedo, vuelcos al corazón, sonrisas que perduran en la memoria, imágenes grabadas a fuego que sólo el mejor pintor puede plasmar y hacerlas duraderas, ganas de más, el tiempo se vuelve efímero y la felicidad se convierte en el mejor amanecer.

Las personas tendemos a crearnos una coraza inaccesible para aislarnos de todo daño. Y a veces, sólo a veces y en ocasiones únicas, dejamos que invadan nuestra pompa. Creo que esa es la mayor manifestación de confianza, de desnudarnos ante alguien e invitarle a que se quede, sin miedos ni rubores, y que sea testigo de esa vorágine que nos atrapa, de ese torbellino que habita en nuestro interior. Algo bello y loco a la vez, sencillo pero enrevesado, luminoso y a la vez oscuro... Imposible de comprender del todo aunque, con sólo una mirada, fue capaz de cerrar todo interrogante. Y llegó la calma: desapareció el nerviosismo, el miedo... Una complicidad la mar de acogedora les abrazó por sopresa. Y al momento decidió dejarles a solas, era un momento íntimo que sólo ellos debían disfrutar.

Sólo las luces tenues de la ciudad, esa farola que parpadea débilmente y la efímera humedad fueron testigos de todo lo que pasó. Y si les preguntas qué pasó... Intentan eludirlo. La magia de ese momento sólo debía ser para ese momento. Cualquier recreación era insuficiente. Y todas esas sensaciones serán imperecederas, grabadas al vivo calor del fuego para siempre.

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