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Vamos a mentirnos

Vamos a pasear de la mano las tardes de domingo de invierno por el centro de la ciudad. Vamos a bailar al son de la música callejera, Te dejo que me pises un poco los zapatos Sólo si dejas que te llame ‘torpe’. Cómprame flores, te invito a cenar. Podemos sonrojarnos frente a la muchedumbre, besarnos, o correr mientras nos gritamos cuanto nos queremos.  Después puedes acompañarme a casa Y caeremos presos de una despedida infinita. No pararemos de besarnos, Ni de contarnos mil y una batallas, Yo no pararé de decir que hace frío Y tú, que mañana sonará pronto el despertador. Y mirando más allá de nuestros ojos, Llegando a ese trozo del alma que está reservado para muy pocos, O ninguno, Nos diremos que nos llamaremos mañana, Que aún no nos hemos despedido y ya queremos volver a encontrarnos Y que somos lo mejor que ha pasado por nuestras vidas. Y, amor, nunca volveremos a vernos. No habrá más pensamientos, insomnios deseados, miradas, Paseos, b
No abrimos esa puerta. No ganamos la batalla. Jugamos con los pespuntes de las cicatrices. Leemos rápido, y ya no lo hacemos entre líneas. Ni entre poemas… el amor, digo. Cambiamos el lápiz y el papel por horas de caja tonta. Poco exteriorizamos cuando los gritos sólo se escuchan por dentro. Dejamos de cruzar miradas con desconocidos. Olvidamos calcular dónde está el límite. (Y el límite no existe) Escondemos bajo la cama los monstruos. Nos atormenta el insomnio, Y charlamos con ellos, Que ni siquiera quieren salir de debajo de la cama. Y no nos mostramos, Ni se muestran ellos. Quizá sea mejor así, pensamos ambos. Y sonreímos, pero estamos jodidos.

El amor visto por un niño

Hace unos días, me vi envuelta en la siguiente conversación con un loco bajito. Era la hora de la merienda. Le pregunté ¿Me concedes este baile? Me contestó con un rotundo ¡No! Y yo, asombrada pero sonriendo muy fuerte por dentro, le pregunté por qué. Él me dijo que las chicas sólo pueden bailar con sus novios. Ni amigos ni nadie. Sus novios. ¿Y si no tengo novio? No he encontrado aún a mi príncipe azul , le expliqué. - ¡Pues ya es hora de que lo encuentres! - ¿Para qué? - Para que puedas bailar con él... Y tan maravilloso como eso, para que pudiera bailar con alguien...
En ese día, en esa mañana, en ese imaginario…
Me lamento de aquellos que no han llorado con una canción, que no han visto a alguien desnudo con sólo mirarle a los ojos o no han amado hasta llegar al odio... Me lamento porque aún no están vivos.
Se quedo dormida con su cuaderno apoyado en las piernas y, sin querer, cayó al suelo derramando todas las palabras que vestían de manera alegre aquel salón. Aprovecharon la ocasión para huir y anidaron en aquellos corazones necesitados. Sólo unas cuantas andaban desesperadas buscándole a él. Y el amor se hizo en silencio.

La mujer perfecta

Nunca le grites, pero tampoco alces la voz cuando él lo haga. Hazle feliz, sonríe le cuando él tenga otros planes. Consigue olvidarte de tí, pero nunca de él. Nunca le reproches sus olvidos, cómprate flores, cajas de bombones y detalles por tu cumpleaños. Hazle la comida, aunque se quede fría en la mesa porque él no va a venir. Lava los cuellos de sus camisas impregnadas de carmín rojo y olor a amores clandestinos. Olvida tus sentidos. Deja el olfato a un lado cuando llegue a casa oliendo a cerveza, a whisky barato y a humo de cigarro. Olvida el tacto, las caricias ya no existen. No hay vista, tu papel es ser ciega. No oigas tras las puertas, puedes hacerle daño mientras él habla con otras. Deja tu gusto en una esquina del salón, los besos ya no saben a nada. Desaparecieron. Consigue llevar todo eso a cabo. ¿Lo hiciste? Si tu respuesta es afirmativa eres la mujer perfecta. Pero, ¿Eres feliz?
Cuando volvía tarde a casa aprovechaba para darle al botón para peatones de los semáforos. Ella cruzaba cuando estaba el muñeco en rojo, le daba igual, pero si el semáforo cambiaba a verde... Quizás fueran unos enamorados los que lo aprovecharían para comerse a besos. Mis disculpas a los solitarios.
Mirando por la ventana sospechó que alguien la observaba todas las mañanas mientras ella subía la persiana. Él agachaba la cabeza, ella le sostenía la mirada. Y mirando por esa ventana se dio cuenta de que nunca la miraría a ella. Quizás se enamoró de la persiana.