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En la oscuridad, sólo se distingue una luz y un traqueteo constante. Ella sabe hacer virguerías con esa antigua máquina de coser. Lleva mil noches en vela, tiene callos en los dedos y reseca la piel. Cada vez que su cuerpo tiembla debido a los incesantes escalofríos, las pieles muertas caen como las hojas inertes de los árboles en otoño. El silencio impera en la sala. Los pies dejan de darle vida a la máquina, y toda su atención se centra en esas pieles. - El trabajo se complica un poco , piensa. Con el alma desempolvada, la esperanza le da un respiro -se lo merece- y una leve brisa en la nuca le devuelve a la realidad y al trabajo. Recomponerse es posible.

Reciprocidad

El corazón es mudo y la boca, un poco loca. Por eso las palabras más crudas pudren los más sinceros pensamientos del órgano más sensible. Los labios pecan de libres y el amor, ciego, anda palpando a todo aquel que se cruza en su camino, en el inerte paseo de la rutina.
La vida me tiñe de gris las pupilas. Quizás merecidamente, con honores y medallas de hojalata, oxidadas por el frío y salado azul que brota del lagrimal. Anoche me dejó. Anoche se fue. Dejó la ventana abierta por si la ilusión se animaba a salir con él. Se fue todo. No quedó nada. Quizás sí, una nota diciendo que volvería... ...algún día. Ahora soy una más. Estoy aquí y soy igual que tú. Soy una más en el montón del mundo. Peter Pan se fue de casa.

Idiotez a flor de piel

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A veces, la tinta se vuelve invisible. A trote de corazón palpitante se puede distinguir algún que otro trazo, sílabas sueltas, manchas... Pero muy pocas cosas con sentido. La noche abarca, el día llama y los locos lloran. El intento de poner un pie en el suelo de la realidad es en vano, mientras ponemos a prueba la parálisis sentimental. ...Es congénita.
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El día, tan mustio como las hierbas pisoteadas de mi portal, ya se levantó con mal pie. La memoria no cobra peaje por hacer un viaje hacia atrás. La chica de los lunares en el ombligo no tomó precaución alguna, y salió de casa sin ni siquiera mirar por la ventana, aun a sabiendas de que los días grises los tiene totalmente prohibidos por su médico. No había marcha atrás. Pastillas y pastillas de regaliz, para el dolor de cabeza. Y para el mal de distancia … Amor. Y del bueno, del embotellado. Entre saltos y traspiés se dirige al metro, como todas las mañanas. Mientras, rememora aquellas calles que abrazaron su amor. Ella misma se abraza, recordando ese calor dulce y con sabor a sandía. Creía tener la vaga sensación de ver sus recuerdos en blanco y negro, pero tampoco le dio mucha importancia. Hasta que en sus recapitulaciones se comenzó a notar el polvo y los arañazos. Flotó por un momento: cuando la punta de su zapato izquierdo acarició el suelo creyó que habían pasado años y a