En la oscuridad, sólo se distingue una luz y un traqueteo constante.
Ella sabe hacer virguerías con esa antigua máquina de coser.
Lleva mil noches en vela, tiene callos en los dedos y reseca la piel. Cada vez que su cuerpo tiembla debido a los incesantes escalofríos, las pieles muertas caen como las hojas inertes de los árboles en otoño.
El silencio impera en la sala. Los pies dejan de darle vida a la máquina, y toda su atención se centra en esas pieles. - El trabajo se complica un poco, piensa. Con el alma desempolvada, la esperanza le da un respiro -se lo merece- y una leve brisa en la nuca le devuelve a la realidad y al trabajo.

Recomponerse es posible.

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