El mago se chasqueba los dedos antes de salir a escena. El teatro estaba completo. Habían prorrogado su show por unos meses más. Gente de todos los rincones del país habían viajado para verle. Y ahí estaba... Su última actuación y su inquietud no hacía más que lanzarle tras el telón aterciopelado, de color granate, como sus mejillas en ese momento.

Le hicieron la seña. Debía salir. Se ruega silencio en la sala. Todo el mundo aplaude y, al abrirse el telón, los aplausos se calman poco a poco. Mil miradas expectantes, todas hacía él. Sólo gestos, no había palabras. En su mirada se notaba que algo no iba bien. Aún así, prosiguió. Colocó su bombín negro sobre el tapete verde. Las palabras mágicas retumbaron de manera dulce hasta las últimas filas. Un toque en la visera del bombín... Y no pasó nada. Sorprendido, lo volvió a intentar.

Cuando quiso darse cuenta, casi todos los asistentes se habían levantado y se marchaban, entre murmullos y gestos de desaprobación. Una niña, sentada en la tercera fila, lo miraba fijamente. Confiaba en él. El mago se arqueó decepcionado: les había fallado.

A tan sólo unas manzanas de allí, en la habitación de su hotel, una paloma blanca le esperaba junto a aquel bombín. Se confundió esa noche.

La niña de la tercera fila aún le aguantaba la mirada. Su gesto estaba lleno de esperanza. Y con una sonrisa, se marchó. El mago ansiaba la soledad que acompañaba a tal fracaso.

Antes de salir la niña se giró y, sin alzar mucho la voz, dijo: La magia no se ha ido, está ahí.

Y en efecto, allí estaba, a tan solo unas manzanas, en la habitación del hotel en el que se hospedaba...

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mujer empoderada

Trama cíclica