Caminaban de la mano. Ella sonreía, saltaba, iba dando tirones de su brazo. El iba un poco más serio, quizá dándole mil vueltas a los malos vecinos de la azotea. Inmerso en sus preocupaciones no se dio cuenta de la pompa de magia que se estaba creando alrededor.

Tropezó y cayó de rodillas al suelo. Ella corrió hacia él. Le besó la frente y le dijo que se levantase, que le iba a hacer 'sana, sana, culito de rana'. La pequeña abrazó a su padre lo más fuerte que pudo. La orden de desahucio de la azotea del padre fue inmediata. Y la expansión de la pompa de su hija también lo fue.

A veces las cosas están ahí, no las vemos... Pues simplemente hay que romper los cristales que nos tapan, derribar inservibles muros y murallas... Y ver esas pequeñas cosas que algún día nos harán recordar que realmente hemos sido felices.

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