La chica del balcón de primavera
Barrio Lavapiés. Madrid.
Son las 08.00 de la mañana. El despertador ha sonado ya tres veces así que decido salir de un salto de la cama. Subo la persiana y los rayos de sol calientan muy fuerte. Pienso que hoy será un gran día. Abro la ventana y el frescor matutino se cuela en mi habitación. Primero juega entre mis pies, poniéndome la piel de gallina, y después se hace un nudo con mis sábanas, como si su turno de noche hubiera acabado en ese momento y le tocase descansar.
Me encanta salir al balcón a regar mis plantas, además de mirarlas y hablarles durante un buen rato. Dicen las abuelas que así crecen más bonitas. Sé que puede ser mentira pero prefiero tacharme de ingenua.
En pleno discurso mañanero, una voz comienza a retumbar por todo el barrio. Escucho gritos, pero no se entiende bien lo que dice esa voz. Se fue acercando a mi calle y entonces pude verle. Es el hombre que siempre se sienta a pedir junto a la administración de loteria de la Plaza del Sol. Va de camino al ''trabajo'', como todas las mañanas. No negaré su locura, pero su positivismo es admirable. Desde el trayecto de su ''casa'' hasta el ''trabajo'' anda por ahí pensando en voz alta, inmerso en su monólogo y despistado de cualquier nota del apuntador.
- ¡Buenos días! ¡Qué azul más bonito amaneció hoy! Señor de gris, no pinte su cara igual que su traje. Ese traje será carísimo, pero ¡Las sonrisas no tienen precio! [...] Qué guapa sale hoy a la calle Doña Margarita [...]
Decidí tomar asiento para ver el mayor espectáculo de cada mañana. Hoy si. El café y las tostadas tendrán que esperar.
- Don Emilio, ¿Qué tal? ¿A cuánto tenía usted el queso? A ver si saco hoy buena recaudación y vengo a hacerle una visita.
- Oh Elena, un ramo de flores en esa mesa, ¡Es precioso! La envidia de cualquiera para admirar la maravilla de las flores mientras saboreas en compañía un buen café.
- Manuel, ¿Cómo lleva usted la alergia? Me gusta su manera de admirar la primavera, aunque ella sea tan cruel con usted.
Ella, ¿Eh? Tenía que ser mujer, ¡Nos vuelven la cabeza loca!
- Señora Soledad, no haga tanto mérito a su nombre ¿No querría gustar hoy de mi compañía? ¡Que soy un buen hombre!
- ¿Se ha fijado en el color que tienen sus ojos por las mañan... [...]
Y se me acabó la función. Ese era su camino al trabajo cada mañana. Y he de decir que desde que le descubrí, pongo mi despertador a las 07.45 de la mañana para recibir esa dosis de alegría. Creo que es un inmigrante portugués, tiene los ojos claros muy cristalinos y lleva siempre la misma ropa. Su trabajo no precisa de otros requerimentos, y eso, a él, le hace un poco mas feliz. Y más libre.
¿Ahora? Un café, un par de tostadas, un zumo... Y a vestirme con mi mejor sonrisa. La selva de Madrid me espera.
Son las 08.00 de la mañana. El despertador ha sonado ya tres veces así que decido salir de un salto de la cama. Subo la persiana y los rayos de sol calientan muy fuerte. Pienso que hoy será un gran día. Abro la ventana y el frescor matutino se cuela en mi habitación. Primero juega entre mis pies, poniéndome la piel de gallina, y después se hace un nudo con mis sábanas, como si su turno de noche hubiera acabado en ese momento y le tocase descansar.
Me encanta salir al balcón a regar mis plantas, además de mirarlas y hablarles durante un buen rato. Dicen las abuelas que así crecen más bonitas. Sé que puede ser mentira pero prefiero tacharme de ingenua.
En pleno discurso mañanero, una voz comienza a retumbar por todo el barrio. Escucho gritos, pero no se entiende bien lo que dice esa voz. Se fue acercando a mi calle y entonces pude verle. Es el hombre que siempre se sienta a pedir junto a la administración de loteria de la Plaza del Sol. Va de camino al ''trabajo'', como todas las mañanas. No negaré su locura, pero su positivismo es admirable. Desde el trayecto de su ''casa'' hasta el ''trabajo'' anda por ahí pensando en voz alta, inmerso en su monólogo y despistado de cualquier nota del apuntador.
- ¡Buenos días! ¡Qué azul más bonito amaneció hoy! Señor de gris, no pinte su cara igual que su traje. Ese traje será carísimo, pero ¡Las sonrisas no tienen precio! [...] Qué guapa sale hoy a la calle Doña Margarita [...]
Decidí tomar asiento para ver el mayor espectáculo de cada mañana. Hoy si. El café y las tostadas tendrán que esperar.
- Don Emilio, ¿Qué tal? ¿A cuánto tenía usted el queso? A ver si saco hoy buena recaudación y vengo a hacerle una visita.
- Oh Elena, un ramo de flores en esa mesa, ¡Es precioso! La envidia de cualquiera para admirar la maravilla de las flores mientras saboreas en compañía un buen café.
- Manuel, ¿Cómo lleva usted la alergia? Me gusta su manera de admirar la primavera, aunque ella sea tan cruel con usted.
Ella, ¿Eh? Tenía que ser mujer, ¡Nos vuelven la cabeza loca!
- Señora Soledad, no haga tanto mérito a su nombre ¿No querría gustar hoy de mi compañía? ¡Que soy un buen hombre!
- ¿Se ha fijado en el color que tienen sus ojos por las mañan... [...]
Y se me acabó la función. Ese era su camino al trabajo cada mañana. Y he de decir que desde que le descubrí, pongo mi despertador a las 07.45 de la mañana para recibir esa dosis de alegría. Creo que es un inmigrante portugués, tiene los ojos claros muy cristalinos y lleva siempre la misma ropa. Su trabajo no precisa de otros requerimentos, y eso, a él, le hace un poco mas feliz. Y más libre.
¿Ahora? Un café, un par de tostadas, un zumo... Y a vestirme con mi mejor sonrisa. La selva de Madrid me espera.
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