A ella siempre le han gustado los relojes antiguos. Y sino eran antiguos, al menos que tuvieran ese aspecto. Un día tuvo uno y, sin razón aparente, no funcionaba bien. En el silencio de la noche tumbada en su cama, casi dormitando ya, pudo discernir todo el movimiento de sus engranajes. Y de repente, cesaron. Sus ojos extrañados no tardaron mucho en cambiar su expresión al descubrir que volvían a funcionar. Y así era. Se paraba, funcionaba, se paraba... Le cambió las pilas tantas veces como escuchó dejar de latir el corazón de su reloj. Una noche, de esas mágicas, le dio por pensar. Y pensó que ese reloj no funcionaba con pilas, ni con cuerda... Nada por el estilo. Se ponía en marcha cada vez que él se ponía a pensar en ella.

Y maldita la hora en la que se paraba el reloj...

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