En ese día, en esa mañana, en ese imaginario…
Próxima estación: Chamartín. Correspondencia con Línea 1 de
Metro y Cercanías Renfe.
Le encantaba escuchar el barullo del Metro. Sentirse
arropada entre las voces o los susurros, el silencio, las historias que viajan
de estación en estación: las que te abandonan antes de lo deseado, las que
bajan en la misma parada que tú y que persigues hasta saciarte, las que nunca
sabrás cómo acabarán…
En silencio, miraba a la gente y se sumergía en el vaticinio
de sus vidas. El ritmo narrativo viajaba tan rápido como el tren, con pausas,
intrigas y acelerones inesperados. Nunca sabía de dónde venían o a dónde iban.
Se centraba en ese instante, en esa parte del día que compartía con esas
personas. Era como entrar en el mundo cosmopolita de los sentimientos.
Siempre estaban los señores de traje y cara gris; los
enamorados que le hacían sonreír mientras intentaba recordar el sabor de uno de
sus miles de besos; también estaban los preocupados, los que intentaban pasar
desapercibidos con el alma rota; nunca faltaban los turistas, ni los
carteristas aprovechados; los que viajan por placer y los que lo hacen por
obligación; los que se quedaron en su estación esperando al metro mientras su
cuerpo viaja inerte hacia nadie sabe dónde; los que ya han llegado a su destino
y desean que ese tren nunca frene; los que andan buscando a la vida para que
les dé otra oportunidad; los maquinistas que han acabado el turno; los que
duermen y curiosamente se despiertan cuando deben bajar, no sin antes dar el
testigo del sueño al próximo viajero que espera en el andén en una eterna
carrera de relevos; los soñadores; los que ríen mirando al vacío; los que
hablan a gritos por el móvil; los que leen; los que andan de un lado a otro
mientras el tren está en marcha; los que tienen su salida perfectamente
calculada…
Sus historias siempre quedaron ahí, sin acabar, haciendo trasbordos de estación en estación. Y quizás
otro tren le brindaría la oportunidad de continuar con la escritura.
Próxima estación: Tribunal. Correspondencia con Línea 1 de
Metro.
Era su parada. Cogió sus cosas y bajó. Siempre maldecía a
aquel que ideó la red de Metro. Sobretodo, el que se encargó de la estación de
Tribunal. Un completo laberinto. Siempre se proponía ver si era capaz de salir
a la primera y por la salida adecuada. Aunque eso era lo de menos.
La universidad, esa tarde, tenía que esperar. Necesitaba
parar el tiempo. Andar por Malasaña y cruzar las corrientes de gente que andan
por la Gran Vía y por Sol para llegar al barrio de Lavapiés eran las únicas
tareas que tenía en mente. Si el día se despertaba gris, si la necesidad de
perderse para encontrarse amanecía con ganas, se entregaba a esas pequeñas
calles de la gran ciudad. ¿Porqué? No lo tenía muy claro, pero había algo que
la reconfortaba. Y como nunca supo adivinar el qué, pensó que sería la mezcla
de todo.
Mientras caminaba, se dio cuenta de algo. La gente se mueve
entre el alboroto, y todos se dejan llevar hacia el mismo sitio. Como las
corrientes de agua. Ella no quería eso. No sabía cual sería su destino, lo
único que tenía claro es que era único. Quizá a contracorriente, pero suyo.
Es hora de volver a casa, pensó. Se encontró con la boca de
Metro de Antón Martín, y allí acabó su letargo.
Estaba tan cansada que esta vez corrió para buscar un sitio
donde dejarse caer. A esa hora todo el mundo volvía al hogar, así que se
conformó con sentarse en el suelo, que tampoco le disgustaba.
Próxima parada: Fuencarral.
Este era su destino. Quizá no el destino de su vida. Este
tren no admitía pasajeros sin retorno. Así que… Le tocó bajar. A la salida del
Metro siempre se encontraba con los trabajadores que después de un arduo día de
trabajo paraban a descansar en la terraza del bar Hnos. Rodríguez.
Llegó a casa, y nadie allí la esperaba. Se quitó la chaqueta
y se puso el pijama y, sin querer, también algunos que otros pensamientos. La
realidad la arropaba esa noche. Aún así, era fuerte, y no podía dormir sin
antes sonreír. Pase lo que pase, mañana amanecerá otra vez. Y así se sumergió
bajo las sábanas. Le recordó a él, y se durmió pensando en los abrazos que le
daba y en esa manera tan única que tenían de quererse. Y así sintió que todo
estaba bien.
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