Dando palos de ciego

La ciudad corre. Se precipita en el abismo de la rutina, y no hace un descanso ni para coger aire. No espera a aquellos perdidos que algún día tuvieron el deber de hacer un alto en el camino, y allí quedaron impasibles, cual estatuas, en un lugar donde el polvo ya habrá pegado las suelas de sus zapatos al asfalto.
Y como rutina, se dedican a ver la ciudad pasar ante sus ojos... Al menos, hasta que decidan retomar el rumbo. O cansados, se dejen llevar por el tumulto de gente.

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